Sólo cosas banales
/Artículo publicado en la sección Club Diógenes de El Diario de Ávila el 20 de octubre de 2021
Los economistas a veces recuerdan frases campanudas de algunos ilustres predecesores en el estudio de los dineros. Keynes decía que cada uno de nuestros recursos es a expensas de un uso alternativo. En resumen: si yo gasto aquí, tengo que quitarlo de allí. Lo que no controlan los economistas pero sí los políticos son los efectos propagandísticos del gasto más allá de su resultado real. Gastar 100 euros en una papelera es de un gran valor cívico pero tiene un escaso recorrido publicitario. Gastar 400 euros en cuatro papeleras o en una farola sigue sin dar un beneficio en los medios aunque siga siendo algo provechoso pues dignifica una calle. Ahora que ya apenas vemos dinero físico, a mí me ha divertido el debate sobre los 400 euros del bono cultural joven. Y no es para menos. Son preguntas sin respuesta porque jamás ya volveremos a tener los dieciocho años. Pero ahí queda: ¿En qué gastarías tú tus cuatrocientos euros?
Cuando yo era adolescente, esta casa, El Diario de Ávila, apadrinó y alentó una iniciativa extraordinaria por la que se subvencionaban las compras de libros por parte de quienes entonces teníamos entre quince y dieciocho años. El único requisito era tener esa edad y llevar tu bono a la librería local. El título, el género y el autor ya lo elegías tú. Yo no sé si aquello cambió el rumbo cultural de la ciudad. Es difícil cuantificar de manera objetiva los beneficios de estas iniciativas pero tengo clarísimo que en aquellos años se incrementó cuanto pude mi biblioteca. Subvencionados, apadrinados y becados, entraron a mi casa autores tan variados como Vargas Llosa, Álvaro Pombo, Umberto Eco, Oscar Wilde, un joven Javier Marías, las aventuras completas de Sherlock Holmes y otros muchos. Sí, yo era un adolescente así de raro. Es posible que algunos de esos libros hubiera terminado por comprarlos pero también es cierto que el acicate del descuento o de la subvención hizo que a mis manos cayeran libros que de otra manera no me habría podido permitir.
Lo chungo del asunto ha sido la forma de presentar este plan y que, por otra parte, ni siquiera el ministro de Cultura tenga claras las competencias de su ministerio. Del cero al infinito hay mucho recorrido. Se va de lo angelical a lo diabólico. Por otro lado, la amplitud de formatos y temáticas hacen posible que de los 400 alguien se gaste 70 en un concierto de Farruko y su canto desinhibido de las drogas de la noche (Pepa y agua pa' la seca / To’ el mundo en pastilla' en la discoteca), 60 euros en un monólogo sin gracia o 79 en el Fifa 22 para Play Station 5. Bien mirado, este bono cultural debería llamarse Bono Banal y sería más productivo. Los adolescentes nunca han sido idiotas y jamás les han dado gato por liebre. Una vez gastados los 400 en banalidades irrisorias, agotado el caudal de la tontería, satisfecha la curiosidad por lo inmediato y fácil, empezarían a hacer su propio gasto, en la medida de sus posibilidades, en lo importante. Incluso en lo que no quiere el ministro. Si yo tuviera 18 años me gastaría así los 400: videojuegos, conciertos de moda para ligar, maratones de series con actrices estupendas. Y una vez acabados me repondría ya por cuenta propia con buenos libros y una buena tarde de Morante de la Puebla, donde todo es arte y sutileza.
David Ferrer
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