De buena mañana. 8 de julio. A las cochiqueras.
(De buena mañana) A las cochiqueras.
- Con el desarrollo progresivo de las autonomías, se produjo una especie de desamortización para dar uso a un montón de castillos, monasterios y palacios. Como aquellos años ochenta y noventa no eran los del turismo actual, eran demasiados para proyectar museos o llenar las ciudades de hoteles con encanto. Y a falta de monjas, frailes, condes y marqueses, funcionarios sobran en todas partes. Los funcionarios son las nuevas monjas, con o sin vocaciones. Y donde antes había refectorios, celdas, oratorios, cochiqueras, despensas y escritorios, ahora hay despachos con aire acondicionado y mesas de formica. Ya no hay vísperas sino grapado de documentos ni ollas con garbanzos sino unas horrendas máquinas de café a las cuales se les da mucho uso, como prevención de los suicidios.
Cuando entras en uno de estos espacios administrativos, ya no hay mística ni meditaciones. Normalmente vas a hacer un trámite y, dependiendo de la importancia del mismo, te remitirán a una zona de caoba o unos despachos de aglomerado con trituradoras de papel y un calendario sindical. Así las cosas, ayer me tocó hacer unas gestiones en un enorme monasterio que existe a las afueras de Valladolid y que, en lugar de frailes, acoge ahora las dependencias de Educación y de Cultura. Cuando le pregunté al funcionario de la puerta sobre mi destino, me asustó sin pestañear: lo tiene difícil, tiene que atravesar dos claustros y en el tercero bajar dos pisos hasta el último pasillo. Comprendí, en efecto, que mi trámite era de tres al cuarto, pues atravesé un precioso claustro con despachos de madera. El segundo, que sería de novicios, ya estaba repleto de cubículos con sillas de oficina. Y con el tercero, que sería de los legos, ya me perdí. Por allí andaba una subdidrección de Restauración del Patrimonio. Me metí en uno de los despachos por si había algún Pantócrator al que le estuvieran quitando las filoxeras o, qué se yo, un cuadro de un discípulo de Caravaggio. Dentro, sin embargo, no había más que soledad y papeles. De un mueble archivero salió como por encanto una señora. No sé si salió de dentro del archivador o llevaba allí cuatrocientos años pero muy amablemente me preguntó sobre mis propósitos. Pensé decirle que venía a robar un Berruguete pero omití la gracia por si daba la voz de alarma. Lo cierto es que comprendió que me había perdido y me instó a desandar lo andado, retroceder dos pasillos y bajar dos escaleras.
El inframundo. El Averno. En esos monasterios oficinistas entras como el Marqués de Santillana y terminas como Robinson o Lazarillo. En la parte donde me tocaba hacer el trámite no ha pisado un diseñador de interiores ni por asomo. O si acaso lo hizo en los ochenta. De haber sido mi visita hace tres siglos comprendería estar en las cochiqueras para pordiosear un trozo de tocino antes de morirme de hambre. Me tocó esperar en una silla que se vencía y, pasados unos veinte minutos, ya había liquidado el trámite. Pero había que recorrer a la inversa y no perderse.
- Salir al exterior del monasterio fue como haber salido del infierno. No quise mirar hacia atrás por si había alguna maldición que me convirtiera en ratón, en ceniza o en arbusto. No sé qué sería de Valladolid si le quitaran solo la mitad de estos edificios autonómicos. Ni de qué viviría la gente. Justo en frente, y para compensar, había otro edificio moderno donde la Junta ha albergado un llamado Consejo Económico y Social. ¿Para qué sirve? Vaya usted a saber. Es un edificio angosto, alto y exiguo en el que no cabe más de un despacho por planta. Supongo que las juntas o las reuniones las harán en el patio o la azotea para andar más amplios. Al arquitecto seguro que le han dado tres o cuatro premios por la idea, aunque yo pondría allí una Escape Room de esas que se estilan ahora en ocho plantas. O sales de allí en una hora o te quedas para siempre.
- Un poco por hacer tiempo, visité la llamada Casa de Cervantes. Bienintencionada atracción pero otro cuento como la casa de Shakespeare en Stratford. Se ve que es una idea de unos norteamericanos, a los que siempre les gusta que haya cosas antiguas como si se hubieran habitado. Tardé diez minutos en recorrerla. Y me fui para Ávila. Hay ciudades, como Madrid o Valladolid, que en verano dan pereza.
© Texto y fotos David Ferrer, 2023
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