De buena mañana. 18 de agosto. Anís del mono.

 (De buena mañana) Anís del mono.

- Desconozco casi todo de los gatos. No sería capaz de tener uno en casa. Pero, como decía mi querido Luis Antonio de Villena, al llamarlos los "gatos príncipes", veo algo majestuoso, individualista, egocéntrico y sublime en esos animales. Sin embargo, como digo, sería incapaz de adoptarlos como mascotas.

Desde hace un tiempo, un gato blanco y uno negro se alternan en la parcela para hacer una visita. Lo hacen de manera sigilosa, siempre por el mismo sitio, siempre a la misma hora. De todo el espacio (el huerto, el jardín verde, las escaleras ruinosas, la casa, el espacio seco), han decidido presentarse por el jardincillo inglés, donde vigilan mudas las figuras de Helena de Troya y la de Afrodita. Se alternan: unos días llega el gato blanco, y otros el gato negro. Nunca juntos. A las ocho de la tarde. Aparecen de repente en el murete y allí se paran un tiempo junto a la estatua de Afrodita, con la cual han establecido una amistad que parece perdurable. Después me miran. Un buen rato. No hay temor en sus ojos pero sí cierta distancia, una sutil manera de guardar un equilibrio: amistad pero no tanta. A veces bajan al césped, dan una vuelta entre las figuras vigilando su permanencia. Creo que intuyen que se trata de alguna suerte de templo pagano, un lugar de equilibrio, piedad y reposo. Cuando decidí crear ese minúsculo espacio, en medio de una huerta que era secarral y vertedero, lo hice como una conquista de la belleza. Y no contaba con los gatos. Sé muy poco de ellos, como de casi todo lo natural. Pero creo que ellos lo saben todo de mi. Todo.

- En uno de los relatos de Sherlock Holmes, de cuya sabiduría nos valemos casi a diario, Watson matiza que el felino es el mayor enemigo del mono. De estos primates se habla mucho estos días, en una nueva ola intencionada de cautela, temor y terror que no parece que esté surtiendo el mismo efecto que en anteriores pandemias. La viruela del mono o del simio suena algo a risa. La gente mayor, como mi padre, decía siempre: "si te aburres cómprate un mono". Y cuando era niño esto surtía efecto: primero pensaba en lo que costaría un monito y donde los venderían. Y me planteaba si serían tan eficaces para combatir el hastío de las tardes de verano, por ejemplo. Los niños de ahora tienen miles de monos en las casas. Y se aburren más, creo.

No me sorprendía la sugerencia paterna. Unos parientes cercanos tenían como mascota un mono. Pequeño, con cara aviesa, hiperactivo, verdusco. Todo menos bello. Era como una rareza en el barrio. Yo entendía que en esa casa, de una familia numerosa, nunca se aburrían gracias a la omnipresencia del macaco. Vivían en una casa baja, con un muro bajo, y el mayor entretenimiento siempre al pasar era constatar que el monito seguía por allí, mangoneando a su antojo por el patio. Y a veces entrábamos a verlo. Pero el animal era celoso, esquivo y poco amigo de los niños extraños, a quienes vería como potenciales enemigos de la distracción. Así, una tarde el mono me mordió en un brazo. Por suerte, el padre de esa familia tan extraordinaria era practicante y me aplicó pronto la antitetánica, que en aquellos años era remedio para todo. No quise volver a ver al mono. Y supongo que, de alguna manera, vacunado estoy contra la nueva viruela.

- En uno de mis primeros viajes a Londres me compré una edición de Faber del Old Possum´s book of Practícal Cats de T.S. Eliot, en el que se inspiró Lloyd Webber para su musical Cats. Es una delicia ese tratado en rima de gatología.

© Texto y fotos David Ferrer, 2024
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